Leí
en el periódico: "Aprenda a escribir, inscríbase en nuestro
programa intensivo. Aprendizaje individual. Curso La montaña
mágica."
Consulté
la agenda que guardo en la bolsa. Ya aparecía La montaña mágica.
Tomé todos esos cursos, La montaña mágica, Machado de Assis, Malba
Tahan, Maquiavelo, Marcel Proust, Malinowski, por citar sólo
aquellos que comenzaban con M. Los maestros, todos ellos, comenzaban
el programa hablando sobre el título del curso. De la montaña
mágica recuerdo apenas que era un libro de Thomas Mann y que en
alemán era Der Zauberberg. En el curso de Machado de Assis, el
maestro pasó una semana hablando del escritor. Sólo recuerdo que
era mulato y estaba casado con una portuguesa. Del curso de Malba
Tahan, recuerdo el nombre completo del autor, Ali Yezid Ibn-Abul
Izz-Eddin Ibn-Salin Hank Malba Tahan, que fue usado como seudónimo
por el escritor brasileño Júlio César de Melo y Souza. Ah si,
Malba Tahan era persa y vivía en Bagdad. De Maquiavelo sé apenas
que escribió un libro titulado El Príncipe. En cuanto a Marcel
Proust, el profesor permitió que los alumnos lo leyeran solamente al
final del curso. Y de Malinowski no recuerdo nada, excepto que era
ruso, no sé si está vivo o muerto. Aunque creo que todos esos tipos
están muertos.
Los
cursos eran caros, el más corto duraba seis meses, las clases eran
todos los días. Todos daban diplomas. Tengo veinte diplomas y no
puedo escribir una novela. ¿Novela? No puedo escribir ni siquiera un
cuento.
Mientras
tanto, mi vecina acaba de publicar su tercer libro. sé que ella paga
por la edición, yo también pagaría si lograra escribir algo.
Odio
a mi vecina. Es más joven que yo, más bonita, y es alta, tiene
muchos pretendientes. Pensé en contratar un gigoló, dicen que hay
muchos en esta ciudad, pero me da vergüenza. Me olvidé de decir que
soy una mujer pequeñita con la cabeza grande. La estatura aumenta
con zapatos de tacón alto, pero la cabeza no hay forma de
disminuirla. Consulté a los mejores cirujanos de la ciudad y todos
dijeron que era imposible disminuir el tamaño de mi cráneo.
Creo
que no he dicho el nombre de mi vecina: Clara. Su piel no es clara,
debe tener sangre negra. Yo soy rubia y tengo ojos azules, pero soy
muy pecosa. Fui al médico. Me hizo un examen histopatológico de las
máculas hipocrómicas —tengo todo anotado— y concluyó que
sufro de una atrofia en la epidermis, y una leve inflamación
perivascular en la dermis superior. No tengo la menor idea del
significado de ese palabrerío, pero creo que él quiso decir que las
pecas no tienen solución, igual que el tamaño de la cabeza. Evito
mirar mi rostro en el espejo.
Los
suplementos literarios de los periódicos esperaban con ansia el
último libro de Clara —su nombre, literario o verdadero, es Clara
Bela—, titulado Deseos secretos, que sería lanzado a fin de año.
Además de tener un patota que ella seducía ofreciendole cenas
suntuosas con vinos y patés franceses, Clara Bela tenía dinero,
pagaba para que escribieran reseñas de sus libros. Y cada vez
aumentaba el rencor que yo sentía por ella.
Cierta
ocasión, yo estaba mirando por la ventana, como siempre hago, la
casa de mi enemiga y vi que ella salía acompañada, toda elegante,
debía ir a alguna fiesta. Poco después, se fueron sus dos
empleadas. Entonces, tuve una brillante idea. Sigilosamente fui hasta
la planta baja de su casa, rompí el vidrio de una ventana y entré
en su sala. Yo llevaba una lata grande de combustible para
encendedores. Caminé por toda la casa y encontré la biblioteca, con
las paredes cubiertas de estantes repletos de libros. Sobre la mesa,
al lado de su computadora, una pila de papel donde se podía leer, en
la hoja de enfrente, Deseos secretos, Clara Bela. Humedecí
los papeles, los libros, los tapetes de la sala y, finalmente, luego
de encontrar la computadora portátil, la coloqué al lado de la
computadora de escritorio, apilé todos los disquetes y pen drives,
empapando todo con combustible y encendí un fósforo. Un incendio
estalló sobre la mesa, como si un sol radiante hubiera surgido allí.
Mientras
caminaba hacia la ventana de la planta baja por dónde había
entrado, fui creando incendios por todas partes.
De
vuelta a mi ventana, jubilosa, con el alma y el corazón alegres,
contemplé la casa de Clara incendiándose, centelleando, una cosa
bella. Los Deseos secretos eran ahora más que secretos, estaban
hechos cenizas.
Al
dirigirme a mi cuarto, pasé frente a un espejo. Mis pecas habían
desaparecido y mi cabeza era más pequeña. Dios existe.
Trad. Manuel Noir
2 comentarios:
NO CONOCÍA A RUBEM FONSECA, LLEGO A MI DE CASUALIDAD, ME ENTERE QUE HABÍA MUERTO UN ESCRITOR BRASILERO Y ME PUSE A INDAGAR....... NO PUEDO DEJAR DE LEERLO. ESTOY FELIZ DE HABERLO ENCONTARO.
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